De las ruinas a la resiliencia: ¿qué nos enseñó el tsunami de 2004 sobre la recuperación ante los desastres?

Hace veinte años, un terremoto de magnitud 9.1 desató un tsunami en la región del océano Índico. Imponentes olas, algunas de hasta 30 metros de altura, arrasaron comunidades costeras, acabaron con la vida de más de 230,000 personas y dejaron a millones sin hogar. La magnitud de la destrucción fue asombrosa, pero las lecciones aprendidas sobre la recuperación ante los desastres, la gestión ambiental y el poder del conocimiento local siguen haciendo eco. Especialmente ahora, cuando otra temporada de huracanes sin precedentes muestra cómo el calentamiento del clima está intensificando el riesgo de desastres en Estados Unidos y en todo el mundo, esas lecciones parecen ser más urgentes que nunca.

Cuando llegamos a Aceh, Indonesia, después del tsunami (uno de nosotros es experto en respuesta humanitaria y el otro en conservación ambiental), encontramos una devastación a una escala que asemeja a las peores zonas de guerra en la historia de la humanidad. Hasta donde era posible ver, una sombría línea delineaba claramente dónde finalmente había terminado el embate del océano. De un lado de la línea, las casas de unos cuantos afortunados lucían intactas. Del otro, era un vasto campo de escombros donde yacían semienterrados en el barro los restos de automóviles, barcos volcados y edificios desmoronados. Dos décadas después, el hedor que emanaba de ese tóxico pantano aún persiste en la memoria.

La única manera que conocemos para percatarnos de una pérdida de tal magnitud es aprendiendo de ella. Los desastres tienden a dejar al descubierto debilidades críticas en nuestros sistemas ecológicos y sociales, y el tsunami de 2004 no fue una excepción.

En los meses y años siguientes, pese a las buenas intenciones, muchos esfuerzos de recuperación no consideraron los factores ambientales, lo que a menudo agudizó la crisis. Las comunidades fueron reubicadas a zonas con mayores riesgos de futuros fenómenos extremos. Los escombros amontonados cerca de las costas asfixiaron ecosistemas vitales para los medios de subsistencia locales. La rápida y repentina sobreexplotación de la madera y la arena desestabilizó los hábitats, lo que desencadenó la erosión del suelo y los deslizamientos de tierra. Y la afluencia de barcos y artes de pesca (suministrados por organismos de auxilio para reactivar la diezmada industria pesquera) atrajo a un gran número de personas de otras zonas, desesperadas por encontrar trabajo. Este repentino aumento incrementó la presión sobre los ecosistemas marinos locales que ya estaban en declive, alteró las prácticas pesqueras tradicionales y alimentó los conflictos entre los pescadores, lo que en última instancia colocó a las comunidades y los ecosistemas locales en una drástica trayectoria cuesta abajo.

Estos errores subrayaron la necesidad de equilibrar las acciones urgentes de recuperación con la reducción de los riesgos futuros y la promoción de la sostenibilidad a largo plazo. Con el tiempo, estas lecciones han transformado la forma en que el mundo maneja la recuperación ante los desastres, considerando un enfoque centrado en la naturaleza y las comunidades locales.

Hoy en día, se reconoce cada vez más que la naturaleza no es solo una víctima de los desastres: es parte de la solución. Las rápidas evaluaciones ambientales, por ejemplo, ayudan a evaluar los riesgos y las oportunidades ambientales en las primeras etapas de la planificación de la recuperación, a fin de evitar reconstruir las mismas debilidades que existían en primer lugar. Las “soluciones basadas en la naturaleza” aprovechan los ecosistemas sanos y funcionales y los servicios que estos brindan para proteger a las comunidades. Por ejemplo, los manglares pueden actuar como amortiguadores ante las tormentas, los humedales pueden absorber las aguas de las inundaciones y los arrecifes de coral pueden proteger las costas de la energía de las olas. La reconstrucción que toma en cuenta estos sistemas también puede fortalecer las economías locales. Por ejemplo, la adopción de prácticas sostenibles en la agricultura, la pesca y la acuicultura reduce los desechos, conserva los recursos y crea medios de subsistencia más resilientes.

Los ejemplos de recuperación ecológica en todo el mundo muestran su potencial. En Turquía, las nuevas viviendas resistentes a los desastres utilizan materiales ecológicos que reducen el impacto ambiental y mejoran la durabilidad. En Ucrania, los esfuerzos de reconstrucción en tiempos de guerra han adoptado microrredes: sistemas de energía descentralizados y con bajas emisiones de carbono menos vulnerables a las interrupciones. Y en Estados Unidos, proyectos como un plan maestro costero en Luisiana han restaurado pantanos y construido costas vivas para proteger contra las inundaciones y la erosión, y al mismo tiempo apoyar la biodiversidad. Estos ejemplos ilustran cómo la combinación del ingenio humano con la resiliencia natural puede reducir los costos, proteger los ecosistemas y crear comunidades más fuertes.

También es igualmente transformadora la tendencia hacia la “localización” en la recuperación de desastres. Después del tsunami quedó claro que los esfuerzos de recuperación diseñados e impulsados por las comunidades locales (en aquel entonces denominados proyectos "impulsados por los propietarios") eran mucho más exitosos que los impuestos por donantes externos. Los proyectos de vivienda impulsados por los propietarios permitieron a las comunidades reconstruir viviendas adaptadas a sus necesidades y entornos específicos, mientras que los esfuerzos impulsados por los donantes a menudo imponían soluciones únicas que no tenían en cuenta las realidades locales. Reconociendo esto, instituciones como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) se han comprometido a canalizar el 25% de su financiamiento a través de organizaciones locales, aumentando la probabilidad de que los esfuerzos de recuperación se alinee con los contextos culturales, ambientales y económicos.

El sector humanitario también ha tenido que hacer frente a los efectos cada vez mayores del cambio climático. Los fenómenos meteorológicos más frecuentes e intensos han obligado a los equipos de respuesta a emergencias a integrar las consideraciones climáticas en la planificación de la recuperación. Las iniciativas de recuperación incorporan cada vez más herramientas como los modelos climáticos para predecir los riesgos, mientras que la infraestructura verde, como los jardines de lluvia y los pavimentos permeables, se está utilizando para gestionar las inundaciones urbanas. Este cambio representa una evolución fundamental: los diversos y complejos efectos del cambio climático ya no son amenazas abstractas sino un desafío directo y creciente, que está reconfigurando nuestra forma de pensar sobre la reducción del riesgo de desastres y la resiliencia.

A pesar de los avances, los retos persisten. Las soluciones de ingeniería tradicionales siguen dominando en muchas regiones. Por ejemplo, en Valencia, España, los obsoletos canales pluviales empeoraron las inundaciones durante una tormenta sin precedentes en 2024, revelando los límites de los enfoques tradicionales. La combinación de la infraestructura natural con la ingeniería innovadora ofrece un camino más adaptable hacia el futuro, que combina el ingenio humano con las fortalezas de los sistemas naturales.

Modernizar la recuperación ante desastres significa incorporar consideraciones ambientales en cada etapa del proceso. Proyectos como las viviendas ecológicas de Turquía y las microrredes de Ucrania ofrecen modelos para emplear materiales sostenibles, energía descentralizada y agricultura resistente al clima en los procesos de reconstrucción. Las prácticas agrícolas regenerativas y las normas de acuicultura adaptadas a las condiciones locales pueden restaurar los medios de vida y, al mismo tiempo, prepararnos para futuros riesgos. Estas estrategias no solo reducen el riesgo y el impacto de diversos eventos extremos, sino que también mejoran la calidad de vida en general.

Para integrar estos enfoques de manera efectiva en la recuperación ante los desastres, tanto el sector humanitario como el ambiental deben invertir en trabajar juntos e invertir en la capacitación de la próxima generación de profesionales. Trabajar con las comunidades y las organizaciones locales y desarrollar capacidades dentro de las organizaciones sienta las bases para esfuerzos de recuperación que reduzcan los riesgos a futuro y respondan a los desafíos de un mundo en constante cambio.

Al reflexionar sobre el tsunami del océano Índico, la lección es simple pero profunda: una efectiva y duradera recuperación antes desastres significa ir más allá de reconstruir lo que se perdió. Para hacer bien las cosas, debemos construir hacia adelante e incluir el poder que tiene la naturaleza para restaurar, proteger y sustentar.

Anita van Breda es directora sénior de Medio Ambiente y Gestión de Desastres en World Wildlife Fund (WWF) y cuenta con más de dos décadas de experiencia en conservación y gestión de desastres. Lidera los esfuerzos del WWF para promover la recuperación, reconstrucción y reducción de riesgos de desastres ambientalmente responsables, centrándose en políticas internacionales, operaciones de campo e iniciativas de desarrollo de capacidades.

Robert Laprade es director sénior de Alianzas Humanitarias en la Sociedad Hebrea de Ayuda a los Inmigrantes (HIAS, por sus siglas en inglés) y cuenta con más de 20 años de experiencia en la gestión de respuestas humanitarias ante desastres naturales, conflictos armados y crisis prolongadas de refugiados en África y Asia. Ha supervisado actividades de respuesta a emergencias globales para importantes ONG y desarrollado estándares internacionales para intervenciones humanitarias de alta calidad.