En este Día de la Tierra: nuestro aliento, nuestra vida, nuestro mundo
- Fecha: 20 abril 2020
- Autor: Amy Smith
“Cuando enfrentamos de cerca algunos de los impactos más graves de nuestras acciones en las personas y el planeta, como lo que estamos viviendo hoy con el coronavirus, ¿cómo podemos conservar la calma?”
Amy Smith
Directora Adjunta de Bosques, WWF-US
Para conectarnos mejor con el mundo natural, ¿podríamos sentarnos durante un momento este Día de la Tierra y prestar atención a nuestra respiración? Cuando comencé a practicar el arte de la meditación hace más de 15 años, no tenía idea de que sentarme en silencio y concentrarme en mi respiración no solo me daría una idea de mis propias experiencias personales, sino también abriría puertas para comprender todo sobre la conexión: nuestra conexión con otras personas, la vida silvestre y el planeta.
La concentración plena se puede cultivar por medio de la meditación y otras formas de reconocer lo que está sucediendo en el momento presente del cuerpo, el corazón y la mente. Una instrucción común durante la meditación es permanecer tranquilos y calmar la mente enfocando la atención en las sensaciones de la respiración. Concentrarse de esta manera puede ayudar a calmar la "mente de mono" que oscila de un pensamiento a otro, ocupada en planear lo que sigue o reflexionando sobre el pasado. A medida que la mente se tranquiliza podemos ver nuestras experiencias físicas, mentales y emocionales más claramente, y mientras más acceso tenemos a esta información resulta más fácil tomar mejores decisiones y quizá vivir una vida más plena y feliz.
Comencé a meditar a raíz de la muerte de mi padre, en la búsqueda por encontrar alguna forma de canalizar el inmenso dolor que sentía. Me sentía atrapada en el dolor. Con el tiempo, sin embargo, aprendí que tenía la capacidad de conservar todos los aspectos de mi experiencia de dolor con bondad, y al darle espacio, el dolor podía cambiar y fluir. Logré superarlo.
A medida que interioricé en esta práctica, sentí que no solo era un ser humano que respiraba, sino que la Tierra me respiraba a mi. Recordé que dependía de la Tierra para respirar, para estar viva. Los bosques del mundo y el fitoplancton del océano producen el mismo oxígeno que permite mi supervivencia. La comida que como se cosecha en la Tierra y es una combinación de plantas, luz del sol, agua, nutrientes y los esfuerzos de muchas manos humanas. El agua que bebo fluye de un río que es alimentado por la lluvia y purificado con herramientas derivadas del ingenio humano. Y a su vez, exhalo dióxido de carbono que alimenta a los árboles y al fitoplancton, reconozco que soy parte de un sistema mucho más grande que depende de la reciprocidad. Tengo un papel vital que desempeñar para mantener ese sistema en equilibrio y he decidido vivir con menos y reducir mi impacto en el planeta. La meditación me permite reflexionar, con asombro y gratitud, sobre la íntima conexión que tengo con este increíble planeta vivo y todos los seres vivos.
La conexión entre las personas y el planeta nunca ha sido más evidente para mí que en los últimos meses ante la creciente crisis del Covid-19. El coronavirus ha sido clasificado como zoonótico, lo que significa que fue transmitido de animales a humanos. Los riesgos de tales brotes han aumentado drásticamente en los últimos años conforme la población humana crece e invade el hábitat de la vida silvestre. El riesgoso comercio de vida silvestre también facilita la probabilidad de transmisión de enfermedades de animales a humanos. Además, las fluctuaciones climáticas pueden afectar la transmisión de enfermedades y, ante patrones climáticos en constante cambio, resultado del cambio climático antropogénico, estamos viendo un mayor repunte en las enfermedades infecciosas. La forma en que los humanos interactúan con la naturaleza está teniendo efectos directos en la salud pública. Cuando enfrentamos de cerca algunos de los impactos más graves de nuestras acciones en las personas y el planeta, como lo que estamos viviendo hoy con el coronavirus, ¿cómo podemos conservar la calma?
Ahí es cuando regreso a practicar la meditación. Cuando me siento a meditar, a veces siento dolor por el daño que hemos causado a la naturaleza o el sufrimiento físico y emocional que estamos viviendo en todo el mundo como resultado del Covid-19. Al igual que el dolor que sentí con el fallecimiento de mi padre, puedo reconocer sin prejuicios el dolor que siento por el planeta y las personas afectadas por el Covid-19. También puedo entender que cualquier acción perjudicial que hayamos tomado se debe a que olvidamos nuestra conexión con la Tierra y todas sus criaturas, humanas y de cualquier tipo, creyendo equivocadamente que estamos aislados y separados. Puedo darle a mi dolor el espacio que necesita para cambiar y fluir sin atascarse, y eso me permite acceder a algo mucho mayor.
Mientras medito, vuelvo mi atención a la respiración. Respiro y respiro, sintiéndome respirar y respirar y, al comprender mi lugar en esta red de la vida, puedo tener ver el delicado cuidado que este mundo necesita para que fluya naturalmente. Este cuidado evita que me desespere por nuestra situación actual y me motiva a tomar diferentes decisiones para reducir mi impacto y proteger lo que aprecio: este increíble planeta vivo y toda la vida.
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